sábado, 10 de noviembre de 2007

Con la pena....

Estamos todos consternados, afectados, conmovidos con lo que ocurrió en Tabasco y en Chiapas; con la desgracia de nuestros paisanos que fueron golpeados por este fenómeno natural. Las imágenes son desgarradoras. Las veo y pienso..."¿qué les diría yo?, ¿qué palabras de consuelo podría darles?"...

Obviamente, lo que veo y escucho me llevan a una madrugada hace diez años, cuando el Huracán Pauline tocó con toda su fuerza mi Acapulco. No había rachas de viento, nada de esos aullidos que se producen cuando el viento choca en las paredes de los cerros y entre los árboles del lugar donde vivía en ese entonces, una zona que recién se poblaba, bastante cerca de la Avenida Costera. Todo el daño fué a causa de la cantidad de agua que cayó en menos de una hora. Mis hermanos y yo años atrás, levantamos un pequeño edificio de tres departamentos, con mucha dificultad. En el mas pequeño, ubicado en la primera planta vivía mi hermana, en el segundo vivía mi mamá y en la planta alta yo. Estar arriba era bello, tenía el privilegio de tener vista al mar desde mis enormes ventanas (que en época de lluvias eran mas bien una maldición por toda el agua que entraba), y por la puerta principal veía hacia otro lado muy poblado de Acapulco, que de noche simulaba un árbol de Navidad (siempre lo recuerdo). La desventaja era que al medio día en verdad parecía que estabas dentro de un horno de microondas, mi sauna privado (¡trágame tierra!).

Desde cualquier punto de la casa podíamos ver los nubarrones, gris obscuro, amenazantes. En Acapulco sabemos que cuando las nubes cargadas de lluvia vienen desde el lado del mar, es lluvia inminente. Muy rara vez, viniendo de otros puntos, llueve en sí. La tarde anterior al miercoles 9 de octubre mi mamà me invitó a dormir en su casa, pues mi departamento había sufrido en dos ocasiones anteriores mucho daño por parte de dos huracanes. Esa noche dormì bien abrigadita (cosa rara acá), casi a pierna suelta, pues soy insomne.

El hambre me despertó alrededor de las 6 a.m. Caía una llovizna constante, el ambiente estaba muy húmedo y frío. Abrigada con mi sábana todavía, salí a contemplar el panorama (me encanta hacer esto cuando llueve, ver todo mojado, sobre todo cuando llovió toda la noche y el clima no es el de siempre). Me paré en la terraza de mamá y dirigí mi mirada hacia la zona hotelera. Lo primero que pensé es "hoy lloverá todo el día...." Inmediatamente despuès de ésto vi algo que me impactó: uno de nuestros vecinos, bastante mezquino por cierto, dejaba cada tarde su coche estacionado de la mejor manera posible, pegandose lo mas que podía a la falda de un pequeño cerro, en cuya parte mas alta estaba el baño y una parte de la casa de madera de una familia numerosa de muy escasos recursos. Me avergüenza decirlo pero... mi boca dibujó una sonrisa (¡perdón diosito!, sé que está muy mal) cuando vi que del coche blanco aquel, modelo sesenta y tantos, al que le decìamos "el carro de Batman", solo podía verse uno de los dos alerones blancos traseros. Todo lo demás estaba totalmente cubierto por la tierra del cerrito aquel.

Seguramente estaba yo todavía somnolienta porque, tras convencerme de que a esas horas yo definitivamente no iría a comprar las obligadas, necesarias y riquìsimas tortillas para el almuerzo, me volví a acostar, muy abrigadita. No pasarían ni diez minutos cuando entró mi hermana a la única recámara del departamento, y con el tono de voz mas suave que pudo, pues mi madre se altera mucho, le dijo "mamá, no te asustes, llovió mucho toda la noche y mi terraza se cayó con todo y muebles"... Recuerdo que mi mamà la miró muy serena, con la nariz enrojecida por el frío, y, sin sospechar que aquella noticia era nada comparada con los sucesos allá abajo en la ciudad, abrazó a mi hermana y con ese abrazo la obligó a acostarse junto a nostras, y así nos quedamos mucho rato abrazadas.

No había energía eléctrica en toda la ciudad por lo que esa mañana no estabamos viendo el noticiero, pero no sabíamos que la ausencia de energía era general. Como tampoco sabíamos los alcances que había tenido la incesante lluvia de esa madrugada. Los sucesos, muchos los habrán leído en los diarios y escuchado en televisión. Acapulco estaba devastado. Los muertos y desaparecidos eran incontables, en el paso a desnivel -hoy no existe- muchos autos que se dirigían en dirección al centro de la ciudad, habían quedado detenidos por el pesado tránsito, casi puedo imaginar el sonido del claxon por todos lados, las luces, y después, los llantos, la desesperación, cuando un alud de tierra y agua los cubrió totalmente. Los cadáveres de todas esas personas, que quedaron sepultadas ahí, jamàs se recuperaron. En las colonias altas, pues todos los cerros están poblados, el volúmen de agua que cayó fue tal, que arrastró con enormes piedras, del tamaño de casas, que a su paso, destruyeron y arrastraron todo, incluyendo a muchas personas, animales y casas, aun cuando estuvieran bien edificadas. Mi hermano, que vivía junto con su esposa en una de esas colonias, comenta que en esa oscuridad total, se escuchaban muchos gemidos y gritos pidiendo auxilio. Mi cuñada me dice que muchas veces, cuando llueve fuerte de noche, ella vuelve a escuchar en su mente el mismo grito de una mujer: "¡Sálvenme!, ¡sálvenme!"... mientras era llevada por la pesada corriente, la calle convertida en un furioso río.

Mi hermano llegó a "visitarnos" alrededor de las once de la mañana y nosotras no teníamos ni idea de todo el desastre y destrucción que había abajo en la ciudad. Y él, que tiene una muy peculiar forma de relatarlo todo, nos llevó paso a paso con sus palabras sin que sospecharamos nada. Empezó por revisar el terreno y constatar que, a Dios gracias, no había mas daños que el de la terraza de mi hermana. Despuès se sentó a la mesa, mientras mi mamá nos hacía tortillas a mano (mmm!!!....con el frío y la reunión familiar, qué delicia). Platicamos de cosas triviales, como si se tratara de cualquier visita de domingo, pero en miércoles. Yo preocupada por no estar camino al trabajo pero mi hermano me aseguró que las calles estaban bastante mal, y ya que en aquel entonces trabajaba en un centro de lenguas y, conociendo el sistema, seguramente no habían abierto ese día. Acto despuès empezó a preguntar a mi mamá cosas de nuestra infancia, datos, fechas, y así, sin sentirlo de pronto preguntó si recordaba el nombre del sacerdote que lo había bautizado, luego si recordaba el nombre exacto del templo y otros detalles, a lo cual mi mamà contestó perfectamente como en un concurso. De pronto, suavemente como si dijera otra cosa, los ojos de mi hermano se anegaron de lágrimas y dijo "es que cuando venía hacia acá vi que el templo ya no existe, ni las casas a su alrededor"...

Pensamos que se trataba de una broma, pero sus ojos llorozos nos aclararon que no. Justo ahora, mientras escribo esto, mis ojos también se humedecen al recordar a mi hermano, muy afectado por lo que había visto camino a nuestra casa. Nos narró poco a poco el horror que había en las calles, los coches apilados, uno sobre otro cual si fueran bloques de plastico de un juego para armar; muebles de todo tipo flotando en el mar, muchos otros por todas las calles. Dijo que había cadáveres de gente desnuda, de animales, trozos de paredes donde podía verse la pintura, o la lozeta. Recuerdo que mi mamá se quedó bastante rato con la masa redondeada en la mano, todos sin emitir un ruido mientras tratabamos de imaginar lo inimaginable, casi sin respirar.

Poco mas tarde entró mi primo recién llegado de Los Angeles, muy preocupado preguntando por mi, pues sabía que mi departamento había sido ya blanco del mal tiempo. También él nos narró lo que vió, muy impactado. Dos días antes había yo sido contratada como maestra de inglés por las tardes, de un prestigiado hotel aqui, y no me presenté esa tarde. Tenía mucho remordimiento y estuve muy intranquila por esto. Al día siguiente bajé a la costera. No había tránsito vehicular. Llegué al hotel caminando. Los que conocen Acapulco sabrán que no fue mucha distancia, pero con todo lo que veías en las calles, fue impresionante. Caminè desde el Club de Golf a la Base Naval, en medio de una gruesa capa del polvo que se levantaba tras haberse secado el lodo. Todavía había muchos objetos personales por la calle; eso sí, ningún cadaver vi.

En el hotel me disculpé mucho por no haberme presentado el dia anterior y mi entonces jefa, la gerente de capacitación me dijo "no te preocupes, de los mas de trescientos empleados con que cuenta el hotel, asistimos solo cuarenta"...

Lo que vino despuès, pueden imaginarlo: desabastecimiento, escacés de agua, rapiña, desesperación. Las colonias mas afectadas requerían de ayuda urgente. Incluso había poblados cercanos a Acapulco en situaciones muy difíciles, incomunicadas, que ya estaban padeciendo hambre y enfermedad.

La "ayuda" empezó a anunciarse por todos los medios. Era hermoso ver los titulares de los periòdicos asegurando que un número de camiones se dirigía hacia acá con víveres, con agua, con ropa. Podías ver en los noticieros imágenes de los centros de acopio, de gente donando de todo corazón.

¿La realidad?... a Acapulco solo llegó quizás el 40% de toda esa ayuda tan anunciada. En las colonias la gente estaba desesperada por agua, eso era lo que màs hacìa falta, agua potable. No veías llegar ni la ropa, ni los materiales, ni otros recursos que supuestamente estaban siendo destinados a apoyar a las familias que se habían quedado sin nada, al perder todas sus posesiones materiales. Puesto que comentè al principio que la colonia donde vivía recièn estaba en construcciòn, muchos vecinos nuestros tenìan casas de materiales endebles, como làminas de cartón. Estaban necesitados de apoyo y aquellos dirigentes que prometieron enviar recursos, lucieron muy bien en los noticieros locales, pero jamàs se aparecieron por allà. Un familiar nuestro, quien trabajaba para una prestigiada universidad aquí, levantó un censo con ayuda de mi madre y hermana, con los nombres de los vecinos de nuestra manzana, y subiò un camiòn con despensas que fueron repartidas ordenada y equitativamente. Posteriormente, el sacerdote que visitaba nuestra capillita un par de veces al mes, envió religiosamente pan, agua y ropa durante varios meses, aún cuando habìa pasado ya la emergencia, con recursos de le donaron organizaciones extranjeras precisamente para apoyo de los afectados por el huracàn. De no haber sido por estas dos personas, a quienes les estamos eternamente agradecidos, la gente necesitada de esa parte de la ciudad, no hubiera tenido ningún apoyo, ninguno.

Con la pena, pero cada vez que ha ocurrido una tragedia similar en el país, y se anuncia la ubicaciòn de los centros de acopio, los números de cuenta bancarias donde podemos donar, estoy segura que muchos acapulqueños, como yo, estamos renuentes, dudamos de que efectivamente se hará llegar la ayuda, que de todo corazón nuestros paisanos dan.

Con mucha decepciòn y tristeza vi, que en la época en que mas ayuda estaban prometiendo para mi gente, se abrieron muchos estanquillos de esos donde se vende ropa de segunda mano. Y esto ocurre cada vez que se convoca a que el pueblo done ropa para hermanos en desgracia. ¡Qué tristeza!, ¡què impotencia!, como siempre, la corrupción y la ley del mas listo se imponen. A veces he expresado que ni siquiera tiene caso comentar el enojo que me producen muchas de estas injusticias y hechos condenables, pues de cualquier manera, se siguen cometiendo atropellos por todas partes, pues solo interesa llenar el bolsillo del poderoso y satisfacer sus intereses, cualesquiera que sean. Pero también veo la necesidad de gritarlo, al menos, para sentir un poco de alivio interior, tan solo un poco.

No creo en el apoyo que los gobiernos ofrecen a los hermanos en desgracia, con la pena, no creo.... Lamento decirlo, pero sé que por todo el país hay gente que piensa como yo porque lo ha vivido... Lo siento México, una herida mas para ti....

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